martes, 19 de noviembre de 2013

Ser o no-ser. Una cuestión más allá de la libertad.



Antonio Martínez Ortega
Facultad de Filosofía y Letras. UNAM.
Estudiante del Colegio de Filosofía.

Agradezco el apoyo recibido del Proyecto PAPIIT IN403211
"Desafíos Éticos de la diversidad cultural para una ciudadanía de calidad"
para la realización de este trabajo.


Un ser humano es una parte del todo que llamamos “universo”, una parte limitada en tiempo y en espacio. Nos experimentamos a nosotros mismos, experimentamos nuestros pensamientos y sensaciones como algo separado del resto, como una especie de ilusión óptica de nuestra conciencia. Esta ilusión es una prisión que nos limita a nuestros deseos personales y al afecto por unas pocas personas. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión mediante la ampliación de nuestro círculo de compasión hasta abrazar en su belleza a todas las criaturas y a toda la naturaleza.

—Albert Einstein



Antes que nada, quisiera pedirles perdón por la manera informal, en que ésta ponencia ha sido escrita, liberándola además, de toda pretensión posible. Pues es más bien un dialogo humilde, inacabado hasta cierto punto. Un dialogo desde mí, para mí, pero en vos alta, es por ello que, más allá de encontrar respuestas, se hallan plasmadas múltiples preguntas multicolor; que más allá de construir un horizonte, trata de deconstruir las fronteras, los límites, entre mí y el otro, entre el “yo” y el “tu”. De esta forma, esta charla se sitúa más allá de toda racionalidad cerrada, de toda conceptualización aprensiva y asfixiante, se sitúa desde lo aparentemente insondable: desde lo ontológico. Y que mejor lugar para hablar del “otro”, de ese “tú”, de mí, de ti, de ustedes, de ellos; en otras palabras, de la ciudadanía, de los pueblos, de las culturas. Sea lo que sea que eso signifique.

Pues al final, de lo que trata esta ponencia, es de diluir toda diferencia, toda lógica de identidad y es justo desde la ontología de donde se debe partir para tratar de lograr una filosofía política que vaya más allá de la filosofía política misma, que valla a la facticidad cotidiana, al día a día de cada uno de nosotros, que se enfrenta fuera de las aulas, fuera de lo académico, allí, en las fauces letales de todo un conjunto de individuos y así, pasemos del ámbito político, entendido éste, como el conjunto de individuos agrupados por un puñado de normas legales, morales y culturales; delimitados geográficamente, que además, se identifican entre ellos a través de una identidad cerrada, fundada o aferrada en su devenir histórico; y pasemos entonces, a una superación del humanismo mismo, a una política, en todos los sentidos de la palabra; que rompa con todo los horizontes posibles. Y situémonos en el aquí y ahora, en el instante presente, pues como bien lo señala Keiji Nishitani: “Es justo en el aquí y ahora donde se hayan depositados todos los tiempos [pasado y futuro] y todos los seres…”[1]  De esta manera, dejemos entonces de pensar el tiempo como algo lineal, es decir, dejemos de vernos como seres que se mueven en línea recta y ascendente en el tiempo,  hacia un propósito, hacia un fin último, pues esto  nos conduce a la idea de progreso, idea que se ha esparcido no solo en el ámbito personal, sino en el de todas la sociedades occidentales y occidentalizadas.

La idea de progreso es hoy en día,  insostenible, además de que encierra en sí misma, no solo implicaciones ontológicas, sino éticas. Pues más que unirnos como ciudadanos, nos aleja el uno del otro, a fin de alcanzar nuestros propios fines, donde sin duda, el otro, no se haya incluido, más bien ese otro se presenta ante nosotros como medio y nada más.  Así como bien señala Paulina Rivero, entorno a la idea de progreso:
“El sólo término hace evidente su implicación más radical: creer en el progreso requiere aceptar que existe una meta hacia la cual se pretende llegar, hacia la cual se pro-gresa. Por ello la idea de progreso es teleológica, esto es: involucra la creencia en la existencia de un fin preestablecido hacia el cual es necesario o al menos conveniente llegar.”[2]


De esta manera, bajo esta creencia progresista, nos situamos además, en un falso hacer, en un falso crecer, en un sentido estricto, nos proyectamos fuera de nosotros mismos, nos situamos en un tiempo inexistente, enraizados en otro tiempo ya caduco, es allí cunado los ideales del individuo se tornan hostiles, volcándose contra él y contra los otros. Los ideales se vuelven inalcanzables, se colocan en el porvenir y en este sentido, como bien lo observó Derrida, todo ideal siempre está por venir; así “Todo anhelo de progreso, todo anhelo de paz, de justicia, de democracia, de libertad, siempre e inevitablemente, está por venir.”

De esta forma, me pregunto: ¿qué pretende la filosofía, cuando habla de justicia, de igualdad, de libertad, de porvenir? Y más aún, ¿qué es para nosotros los sujetos cotidianos, todas estas ideas, en qué momento practicamos estas ideas, sin un propósito egoísta? ¿Qué se busca realmente, cuando se debate sobre todos estos puntos? ¿Desde dónde habla el ideólogo, el revolucionario, cuando grita fuertemente, voy a liberar a mi pueblo, de las injusticas, de la represión, de la barbarie, del genocidio? Y se entonces se lanza así desde su ego, desde su yo enfermo, necio, apegado a su verdad u opinión, movido por una fuerte pasión que siega a ver las cosas “tal y como son” contra un “Monstruo” llamado Estado. Pero lo que no ve, es que en ese acto mesiánico, pierde el fin último de su propósito, el otro.  Y así las consignas de los activistas gritan: El sistema está podrido, las instituciones están podridas, la economía está podrida. Y es justo allí donde el ciudadano-activo-político, se desprende de su realidad, y ve a ese Estado represor, como un ente autónomo, inhumano.

Cuando lo que realmente está podrido, es el ciudadano mismo, el activista mismo, el sujeto cotidiano es lo que ya está separado del otro; el que realmente está corrompido. Y ese sujeto corrupto, transgresor, ávido, hambriento, desesperado por un fin, por una meta, por un progreso, el que se disfraza con mil máscaras, se proclama, bajo una de sus tantas identidades, el ideólogo, el revolucionario, el activista, el luchador social, el filósofo. Mas no se da cuenta que todo cambio verdaderamente profundo comienza allí, desde el propio terruño de cada uno de nosotros, en la disolución de la identidad misma, en el fundamento de la libertad : la nada (Sunyata) y es solo desde allí, desde nosotros mismos en donde sí se puede hablar de unan autentica transformación no sólo ideológica, sino ontológica, de un movimiento cíclico terriblemente doloroso que como bien señala Ueda:

“Se trata de un movimiento que con la propia existencia describe un círculo de nada-naturaleza-yo = tu. Solo con este movimiento, y tal que este movimiento, sobreviene el verdadero yo, tanto desapareciendo en la nada sin dejar rastro, como, por ejemplo, floreciendo libre de sí junto a las flores, como en el encuentro con el otro, en el que se reconoce libre de sí mismo su otro yo”.[3]

Y justo en ese encuentro con el otro, en ese vivir la vida tal y como es, se gesta necesariamente la compasión (Karuna) y de ésta, toda ética. Ética, que debe ser vista como el vehículo en el que cada individuo y cada ciudadanía se han de mover. Toda ética y toda moral deben estar fundadas en la compasión y no en normas meramente legales-lógico-racionales o metafísicas. Como sistemas son bellos, pero una vez en la cotidianidad se rompen.

Toda ética entonces debe estar fundada en el individuo mismo, así el sentido de la vida, del hacer cotidiano, se funda irremediablemente el otro, pues cada hacer nuestro, cada pensamiento nuestro, cada deseo nuestro, impacta necesariamente  en el otro. “Esto significa que el Dasein emerge a su naturaleza en el campo de la vacuidad, en el interior de un mundo-como-nexo ilimitado en una interpenetración circumincesional con todos los demás seres existentes. Aquí todas las cosas pasadas y futuras, sustentadas colectivamente […] en el fundamento del presente –es decir, todas las cosas que aparecen en el mundo- se convierten en responsabilidad y tarea del Dasein como una deuda sin fin (aunque, como deuda sin deuda). Es una tarea cuya modalidad es la de una “no-dualidad del yo y el otro”; es un estar centrado en el yo, estando centrado en el otro y un estar centrado en el otro, estando centrado en el yo.”[4]

Desde este estadio amigos míos, puedo decirles que el problema no es el sistema político, económico o cultural, sino cada uno de nosotros quienes lo conformamos. Así, arrojémonos al fondo del abismo hasta tocar fondo en nuestro hacer, en nuestro pensar, en nuestro desear, en nuestro decir, pues, amigos míos, tengan cuidado con todo lo que hagan y todo lo que piensen, pues todo, absolutamente todo tendrá su consecuencia.

Y una vez que hemos dejado se de ser lo que en realidad nunca fuimos; una vez que salgamos completamente de nosotros mismos, volvamos vacíos, para acoger al otro.



Bibliografía.


Revista Cadrivio HIC ET VBIQVE. En torno al especismo. Rivero Weber Paulina. “Algunas implicaciones éticas de las ideas de «progreso» y «evolución»” Publicado el 25 agosto 2013 por Cuadrivio en Dossier. http://cuadrivio.net/2013/08/en-torno-al-especismo/

Nishitani Keiji. La religión y la nada. Introducción James W. Heisig; trad. Raquel Bouso García. VI “Sunyata e historia”. p. 337. Ediciones Siruela, Madrid 1999.

Ueda, Shizuteru. Zen y filosofía. Trad. Raquel Bouso García e Illana Giner Comín. Herder, Barcelona, 2004.




[1] Cf. Nishitani Keiji. La religión y la nada. Cap. 5 “Sunyata y el tiempo” pp. 229 – 354.
[2] Rivero Weber, Paulina. Algunas implicaciones éticas de las ideas de “progreso” y “evolución”.
[3] Ueda Shizuteru. Zen y filosofía. p. 104
[4] Nishitani Keiji. La religión y la nada. p. 337

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