Antonio
Martínez Ortega
Facultad de
Filosofía y Letras. UNAM.
Estudiante
del Colegio de Filosofía.
Agradezco el
apoyo recibido del Proyecto PAPIIT IN403211
"Desafíos
Éticos de la diversidad cultural para una ciudadanía de calidad"
para la
realización de este trabajo.
Un ser humano es una parte del todo que llamamos “universo”,
una parte limitada en tiempo y en espacio. Nos experimentamos a nosotros
mismos, experimentamos nuestros pensamientos y sensaciones como algo separado
del resto, como una especie de ilusión óptica de nuestra conciencia. Esta
ilusión es una prisión que nos limita a nuestros deseos personales y al afecto
por unas pocas personas. Nuestra tarea debe ser liberarnos de esta prisión
mediante la ampliación de nuestro círculo de compasión hasta abrazar en su
belleza a todas las criaturas y a toda la naturaleza.
—Albert Einstein
Antes que nada, quisiera pedirles
perdón por la manera informal, en que ésta ponencia ha sido escrita,
liberándola además, de toda pretensión posible. Pues es más bien un dialogo
humilde, inacabado hasta cierto punto. Un dialogo desde mí, para mí, pero en
vos alta, es por ello que, más allá de encontrar respuestas, se hallan
plasmadas múltiples preguntas multicolor; que más allá de construir un
horizonte, trata de deconstruir las fronteras, los límites, entre mí y el otro,
entre el “yo” y el “tu”. De esta forma, esta charla se sitúa más allá de toda
racionalidad cerrada, de toda conceptualización aprensiva y asfixiante, se
sitúa desde lo aparentemente insondable: desde lo ontológico. Y que mejor lugar
para hablar del “otro”, de ese “tú”, de mí, de ti, de ustedes, de ellos; en
otras palabras, de la ciudadanía, de los pueblos, de las culturas. Sea lo que
sea que eso signifique.
Pues al final, de lo que trata esta
ponencia, es de diluir toda diferencia, toda lógica de identidad y es justo
desde la ontología de donde se debe partir para tratar de lograr una filosofía
política que vaya más allá de la filosofía política misma, que valla a la
facticidad cotidiana, al día a día de cada uno de nosotros, que se enfrenta
fuera de las aulas, fuera de lo académico, allí, en las fauces letales de todo
un conjunto de individuos y así, pasemos del ámbito político, entendido éste,
como el conjunto de individuos agrupados por un puñado de normas legales,
morales y culturales; delimitados geográficamente, que además, se identifican
entre ellos a través de una identidad cerrada, fundada o aferrada en su devenir
histórico; y pasemos entonces, a una superación del humanismo mismo, a una
política, en todos los sentidos de la palabra; que rompa con todo los horizontes posibles. Y situémonos en el aquí y ahora, en el instante presente, pues como bien lo señala Keiji Nishitani: “Es
justo en el aquí y ahora donde se hayan depositados todos los tiempos [pasado y
futuro] y todos los seres…” De
esta manera, dejemos entonces de pensar el tiempo como algo lineal, es decir,
dejemos de vernos como seres que se mueven en línea recta y ascendente en el
tiempo, hacia un propósito, hacia un fin
último, pues esto nos conduce a la idea
de progreso, idea que se ha esparcido
no solo en el ámbito personal, sino en el de todas la sociedades occidentales y
occidentalizadas.
La idea de progreso es hoy en
día, insostenible, además de que
encierra en sí misma, no solo implicaciones ontológicas, sino éticas. Pues más
que unirnos como ciudadanos, nos aleja el uno del otro, a fin de alcanzar
nuestros propios fines, donde sin duda, el otro,
no se haya incluido, más bien ese otro se presenta ante nosotros como medio
y nada más. Así como bien señala Paulina
Rivero, entorno a la idea de progreso:
“El sólo
término hace evidente su implicación más radical: creer en el progreso requiere
aceptar que existe una meta hacia la cual se pretende llegar, hacia la cual se
pro-gresa. Por ello la idea de progreso es teleológica, esto es: involucra la
creencia en la existencia de un fin preestablecido hacia el cual es necesario o
al menos conveniente llegar.”
De esta manera, bajo esta creencia
progresista, nos situamos además, en un falso hacer, en un falso crecer, en un
sentido estricto, nos proyectamos fuera de nosotros mismos, nos situamos en un
tiempo inexistente, enraizados en otro tiempo ya caduco, es allí cunado los
ideales del individuo se tornan hostiles, volcándose contra él y contra los
otros. Los ideales se vuelven inalcanzables, se colocan en el porvenir y en
este sentido, como bien lo observó Derrida, todo ideal siempre está por venir;
así “Todo anhelo de progreso, todo anhelo de paz, de justicia, de democracia,
de libertad, siempre e inevitablemente, está por venir.”
De esta forma, me pregunto: ¿qué
pretende la filosofía, cuando habla de justicia, de igualdad, de libertad, de
porvenir? Y más aún, ¿qué es para nosotros los sujetos cotidianos, todas estas
ideas, en qué momento practicamos estas ideas, sin un propósito egoísta? ¿Qué
se busca realmente, cuando se debate sobre todos estos puntos? ¿Desde dónde
habla el ideólogo, el revolucionario, cuando grita fuertemente, voy a liberar a
mi pueblo, de las injusticas, de la represión, de la barbarie, del genocidio? Y
se entonces se lanza así desde su ego, desde su yo enfermo, necio, apegado a su
verdad u opinión, movido por una fuerte pasión que siega a ver las cosas “tal y
como son” contra un “Monstruo” llamado Estado. Pero lo que no ve, es que en ese
acto mesiánico, pierde el fin último de su propósito, el otro. Y así las consignas de
los activistas gritan: El sistema está podrido, las instituciones están
podridas, la economía está podrida. Y es justo allí donde el
ciudadano-activo-político, se desprende de su realidad, y ve a ese Estado
represor, como un ente autónomo, inhumano.
Cuando lo que realmente está podrido,
es el ciudadano mismo, el activista mismo, el sujeto cotidiano es lo que ya
está separado del otro; el que realmente está corrompido. Y ese sujeto
corrupto, transgresor, ávido, hambriento, desesperado por un fin, por una meta,
por un progreso, el que se disfraza con mil máscaras, se proclama, bajo una de
sus tantas identidades, el ideólogo, el revolucionario, el activista, el
luchador social, el filósofo. Mas no se da cuenta que todo cambio verdaderamente
profundo comienza allí, desde el propio terruño de cada uno de nosotros, en la
disolución de la identidad misma, en el fundamento de la libertad : la nada (Sunyata) y es solo desde allí, desde
nosotros mismos en donde sí se puede hablar de unan autentica transformación no
sólo ideológica, sino ontológica, de un movimiento cíclico terriblemente
doloroso que como bien señala Ueda:
“Se trata de
un movimiento que con la propia existencia describe un círculo de
nada-naturaleza-yo = tu. Solo con este movimiento, y tal que este movimiento,
sobreviene el verdadero yo, tanto desapareciendo en la nada sin dejar rastro,
como, por ejemplo, floreciendo libre de sí junto a las flores, como en el
encuentro con el otro, en el que se reconoce libre de sí mismo su otro yo”.
Y justo en ese encuentro con el otro, en
ese vivir la vida tal y como es, se gesta necesariamente la compasión (Karuna) y de ésta, toda ética. Ética,
que debe ser vista como el vehículo en el que cada individuo y cada ciudadanía se
han de mover. Toda ética y toda moral deben estar fundadas en la compasión y no
en normas meramente legales-lógico-racionales o metafísicas. Como sistemas son
bellos, pero una vez en la cotidianidad se rompen.
Toda ética entonces debe estar fundada
en el individuo mismo, así el sentido de la vida, del hacer cotidiano, se funda
irremediablemente el otro, pues cada hacer nuestro, cada pensamiento nuestro,
cada deseo nuestro, impacta necesariamente
en el otro. “Esto significa que el Dasein emerge a su naturaleza en el
campo de la vacuidad, en el interior de un mundo-como-nexo ilimitado en una
interpenetración circumincesional con todos los demás seres existentes. Aquí
todas las cosas pasadas y futuras, sustentadas colectivamente […] en el
fundamento del presente –es decir, todas las cosas que aparecen en el mundo- se
convierten en responsabilidad y tarea del Dasein como una deuda sin fin
(aunque, como deuda sin deuda). Es una tarea cuya modalidad es la de una
“no-dualidad del yo y el otro”; es un estar centrado en el yo, estando centrado
en el otro y un estar centrado en el otro, estando centrado en el yo.”
Desde este estadio amigos míos, puedo
decirles que el problema no es el sistema político, económico o cultural, sino
cada uno de nosotros quienes lo conformamos. Así, arrojémonos al fondo del abismo
hasta tocar fondo en nuestro hacer, en nuestro pensar, en nuestro desear, en
nuestro decir, pues, amigos míos, tengan cuidado con todo lo que hagan y todo
lo que piensen, pues todo, absolutamente todo tendrá su consecuencia.
Y una vez que hemos dejado se de ser lo
que en realidad nunca fuimos; una vez que salgamos completamente de nosotros
mismos, volvamos vacíos, para acoger al otro.
Bibliografía.
Nishitani
Keiji. La religión y la nada. Introducción
James W. Heisig; trad. Raquel Bouso García. VI “Sunyata e historia”. p. 337.
Ediciones Siruela, Madrid 1999.
Ueda,
Shizuteru. Zen y filosofía. Trad.
Raquel Bouso García e Illana Giner Comín. Herder, Barcelona, 2004.